2084

A lo largo del siglo XX, las monarquías occidentales cedieron el poder de forma hostil o pacífica a los parlamentos, ya fueran estos totalitarios o democráticos. Vaciado su propósito, la realeza que sobrevivió se dedicó a llenar la prensa del corazón con sus andanzas. Dado que su influencia ya se encontraba en entredicho, no se venían abajo los cimientos de nuestra sociedad porque viéramos a Ernesto de Hannover orinar entre unos arbustos del Pabellón de Turquía en la Expo 2000 o que la futura reina de Inglaterra lo dejara todo por un empresario egipcio. De las correrías de Juan Carlos I no nos enteramos demasiado, pero nos las podemos imaginar.

En el siglo XXI, internet ha dinamitado el estado nación y si bien las multinacionales siempre han ejercido un poder en la sombra, en la actualidad parece que ha superado ya al de los propios parlamentos, sobre todo cuando nos fijamos en las empresas tecnológicas. Los países encuentran grandes dificultades para controlarlas, si es que esto fuera posible. Quizá por ello, tampoco importa demasiado presenciar los vodeviles que nos ofrecen los políticos en las sesiones de control al gobierno o que El Hormiguero no se distinga mucho de una comisión de investigación parlamentaria. Será casualidad, pero si no me equivoco, ha sido en el siglo XXI cuando nuestros dirigentes han empezado a aparecer con ropa y habla informal en los programas de televisión, en los del corazón también, igual que lo hizo la realeza en el siglo pasado. 

Algunos diputados se resisten y proclaman que ellos son la democracia, que no es legítimo que nos gobiernen las grandes corporaciones. Como si fueran los marcianos los que compran en Amazon o los que se conectan a Facebook y aprietan el botón de me gusta. Como si no fuéramos nosotros los que elegimos todos los días a nuestros nuevos representantes en función de lo que consumimos. ¡Disfrutad de lo comprado! deberían decir los cuñados. 

Las distopías suelen proyectar en el futuro los miedos presentes. Por eso fallan sus predicciones, porque la realidad del porvenir muta caprichosamente. Creo haber escuchado que antes de que existiera la electricidad, se hacían cálculos de la población mundial de los años venideros en función de la cera de abeja existente para fabricar velas con la que alumbrar los hogares. ¡Las abejas eran el factor limitante! Ahora nos parece un poco ridículo. Me temo que la distopía de Orwell ha sido superada porque cuando el inglés escribió su famosa novela, se basó en un estado nación que en la actualidad se encuentra de capa caída en occidente. Quizá las distopías que vengan no tengan nada que ver con el consumismo porque ya haya sido abandonado y los descendientes de Zuckerberg se dediquen a pasearse por los platós del Sálvame de turno. Por ejemplo, puede que en 2084, cien años después de 1984, hayamos cedido el poder a los gatos, esos psicópatas tan despiadados que ronronean y nos resultan tan monos. Art Spiegelman ya plasmó esta idea hace treinta años en una novela gráfica llamada Maus.

4 comentarios sobre “2084

  1. Ay, el año 2084, ¿qué nos deparará? Espero que por entonces no me haya resignado a esperar la muerte y tenga un poco más de agallas.

    Me parece una brillante reflexión la que propones, pues efectivamente si cae alguna de las hipótesis, cae la tesis. En cualquier caso, tanto la distopía de Orwell como otras similares tienen su valor porque extrapolan el futuro en base al presente, es decir tratan de adivinar el porvenir si se mantiene la tendencia socioeconómicapolíticareligiosamoral actual. En ese sentido, esas tramas tienen una carga crítica de vocación transformadora, como Orwell lo hacía al alertar del totalitarismo. Quizá el bueno de George no preveía que el totalitarismo sería más industrial, económico y mediático que político.

    Por eso, cuando quiero saber qué me deparará el futuro, acudo al Profesor Buba, gran medium espiritual, soluciona todos los problemas sentimentales.

    Un placer, compañero. Te deseo lo mejor para el 2022 y sobre todo seguir intercambiando lecturas e ideas. Adelante!

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    1. Sí, quizá lo mejor de las distopías es escribir sobre ellas para gafarlas y que no se cumplan nunca. El placer es mío y no me cabe la menor duda de que seguiremos intercambiando lecturas, ideas y chorradas, que sin humor esto se hace muy áspero. ¡Feliz 2022!

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  2. En el pasado los gobiernos norteamericanos rompieron los grandes monopolios obligándoles a dividir empresas y eso ahora parece muy poco posible allí porque ya es tarde y además a crear monopolios le llaman ‘libertad’. Quizás la UE tenga la fuerza suficiente para limitar sus capacidades de influenciar gobiernos menores. Y luego siempre queda el último cartucho que puede ser poca cosa o algo definitivo: golpear en el único punto que les duele que son sus mercados, los boicots de consumidores.

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