Se suele acudir al tango más famoso de Carlos Gardel cuando transcurren veinte años y cometer la felonía de pensar que no son nada, cuando en realidad lo son todo. En dos décadas se pasa del nacimiento a la edad adulta, de veinteañero a cuarentón, de la madurez a la jubilación y así hasta que el cuerpo aguante. Se trata de unos bloques poco precisos pero inevitables y que le acaban cazando a uno cual flechas.
Dicen que cada hora es una flecha, dicen que todas hieren y una mata, dicen que es una flecha cada hora que alza el vuelo cazándonos sin ruido….
Más o menos así comenzaba uno de los sonetos de la gran propuesta teatral escrita por Álvaro Tato que tan oportunamente puedo recordar después de verla, pero en esta ocasión no fue una sola saeta la que dio en el blanco sino todas las que caben en dos décadas a la vez.
Hace aproximadamente dos meses, me cazó una nube de dardos cuando, como si se tratara de un sueño de una noche de verano, conocimos a Fernando Alfaro y le comenté que veinte años habían pasado desde que publicó Tejido de Felicidad, los mismos que puedo presumir de compartir con Noe. Tanto el álbum como la relación han caminado de la mano y creo que no olvidaré la dedicatoria que me firmó en su último disco:
Para Pablo y Noe, bonita pareja en carne viva…
Su frase engarzó aún más nuestra relación con parte de la letra de una de las canciones que tanto he escuchado y asocio a nuestro comienzo. Pude comprobar lo que ya sospechaba, que detrás de sus textos llenos de vísceras, huesos, venganza y enfermedades, se encuentra un gran personaje cercano que parece incapaz de clavar una navaja en la carne de nadie, por mucho que pudo haber fantaseado con ello en su obra.
Escribir sobre el amor con apariencia turbia solo significa un punto de vista, una forma de afrontar sus miedos que a mí me asusta menos que muchas letras alegres. Letras que me recuerdan a la colonia que se utiliza en ocasiones para tapar el hedor de un montón de porquería. Sin embargo, la prosa camuflada de estiércol de Fernando Alfaro consigue abonar un interior mucho más florido de lo que en principio aparenta.
Su gente abollada, con suspiros de alcohol que se escapan de la sangre, se metió en la droga sin ningún ápice de glamour. La única forma de apiadarse de un camello sin ambición de asesino que terminó condenado precisamente por ello fue llamarle “asesinete”. Porque si algo percibo en sus canciones es cierta compasión, que seguramente proviene de la cultura católica que tanto nos ha influido, por mucho que se intente huir de ella. Fernando Alfaro, al igual que otro artista manchego célebre, no solo no reniega de ella, sino que toda su obra se encuentra envuelta por un misticismo de andar por casa muy sentido. Por ello, nada resulta impostado, porque sale directamente de su palabra favorita: entrañas.
Todo comienza desde su estómago, pasa por su corazón, sale de su boca y se le adhieren referencias religiosas para volver a clavarse en el hígado. Nunca sucumbió a cantar en inglés, porque su costumbrismo no lo soportaría. Sus personajes se hacen llamar Juan o María. En su Alcadozo natal no hay lugar para Bobs, porque no se puede jugar al dominó en un bar con un nombre así. Quedaría raro recordar el bastón de su padre llamándose Jerry, los paseos con su perro viendo la sierra de Alcaraz o el pueblo hundido por un pantano del cual sobresale únicamente el campanario. Para trabajar en una gasolinera de una carretera secundaria albaceteña, es mejor llamarse Fernando que Ferdinand.
Creo que el tiempo le ha dado la razón, y si bien me imagino a su coetáneo Fran Nixon avergonzándose de su: “Love you Susie, send me to the west…”, o de su nombre artístico, no veo a Fernando Alfaro renegando de: “Yo tenía un verdadero amor, pero fue fatal. Ahora recuerdo aquellos días que no volverán…”. Creo que las dos canciones tratan el desamor, las dos se escribieron en la misma época, pero me extrañaría que Susie haya existido de verdad, que saliera del Gijón de principios de los años noventa del siglo XX, que no fuera un personaje recortado de cualquier teleserie norteamericana. Así, es difícil que la letra transmita poco más que una incursión turística sentimental fácilmente olvidable. Sí es cierto que Francisco Nixon Javier Martínez Fernández parece haber realizado ya su viaje de redención. Le vimos presentando un documental sobre su obra y aunque la propuesta me resultó nefasta y nos salimos a la mitad, a él le considero buena gente, humilde y que se daba cuenta de que no bastaba que la hubiera dirigido David Trueba: la cinta no daba la talla. Su carrera musical fue la de alguien que no pudo resistir la tentación de prostituirse por un poco de fama. No le culpo, es difícil oponerse a ciertas provocaciones y muchos que no caemos en ellas no es por mérito de aguante, sino porque nunca hemos tenido ocasión de enfrentarnos a ellas.
Otro ejemplo de alguien que no supo decir que no a ciertos espejismos paradisiacos convertidos en infiernos fue Ricardo, el gran amigo de Fernando Alfaro. Murió prematuramente a causa de los excesos. El título de su último disco: Surcos de Sangre, en el que me estampó su firma, representa un homenaje a su persona. Rememora con ello los vinilos que escuchaban juntos y cómo su amigo los dejaba sucios, sin guardar en las fundas. Fernando comentó que siempre los tenía que limpiar, pero uno de ellos lo dejó inmortalizado con las huellas de los dedos de Ricardo impresas. Quedó a modo de recuerdo desde entonces, desde la tragedia acontecida también a principios de los años noventa.
Pero el alma de Fernando Alfaro tampoco es pura por mucho que confiese sus defectos. Peca más de lo que él mismo reconoce, porque en ocasiones sus letras pueden resultar vacías y pretenciosas. Lo he detectado cuando intenta introducir términos pseudocientíficos, o técnicos, véase: “Las coordenadas del abismo que hay entre él y ella…”. Supongo que todos vivimos a veces por encima de nuestras posibilidades. Para remediar el disgusto, me basta con recordar: “La ciencia ficción es ese futuro en que lo seguro es que ya no seremos jóvenes…”. Más adelante, en dicha canción, deja de lado la suciedad: “Un papelote suelto, con algo escrito, con tu letra, importa más que el mundo para mí”. Todo un anacronismo hoy en día y quizá de ahí la trascendencia de que lo que alguien escribió de puño y letra parezca un tesoro.
Lo que sí reconoce es que no es ningún santo, que no debe de ser fácil convivir con él, tal y como ocurre con todo artista. No ha sido hasta ahora que he relacionado su disco Koniec, palabra que significa fin en varios idiomas eslavos, con el final de su relación con Isabel León. Me ha dado pena porque llevaba escuchando su voz en los coros de sus canciones desde siempre, pero las relaciones suelen complicarse y cabe la posibilidad de que el amor no sea suficiente para mantenerlas a flote. Escuchando de nuevo el disco se entrevén los problemas. En la canción extra que aparece en Tejido de Felicidad se escucha un bebé gimoteando, que posiblemente sea la primera hija de los dos, ahora veinteañera, que se habrá adaptado como haya podido a que sus padres no estén juntos. El tejido de felicidad posiblemente fue el nacimiento de dicha niña en 1999 y Koniec en 2007 marca el final de la quimera en la que a veces puede convertirse intentar conservar a la familia unida. En cierto modo, me siento un poco cotilla al hilar su vida sentimental a través de sus canciones y además dejándolo por escrito. Parezco el Sálvame Deluxe del rock albaceteño. Espero que no se ofenda, mis palabras solo son aire, tal y como él contaba:
Hoy vengo a hablaros de aire.
Nuestra amistad era aire,
todo el amor era aire,
los planes de gloria, aire,
y no existen ya,
mi lucidez era aire…
La música de Fernando Alfaro me lleva acompañado más de media vida y la conclusión que saco siempre es la misma: las personas que en ocasiones se consideran a sí mismas como animales no lo suelen ser tanto y las que se tiene en alta estima tampoco terminan por cumplir con las expectativas. Parece que toda exageración, ya sea para bien o para mal, en realidad se desinfla a poco que se escarbe en ese disfraz con el que salimos todos a la calle.