Solías decir que habías vivido de muchas formas diferentes a lo largo de tu vida, pero creo que nunca imaginaste que pudieras vivir como lo estás haciendo ahora. Naciste acompañada, dos días antes del fin de la restauración, cuando un general decidió implantar una dictadura militar. Dictadura de Miguel Primo de Rivera, que puede que pasara desapercibida durante la niñez, igual que el convulso gobierno democrático tras el exilio voluntario de ‘El Africano’. Bastante tenías con canalizar ese torrente de energía junto a tu hermana gemela, como para preocuparte del devenir de la monarquía. Tu adolescencia me imagino que sí tuvo que resultar más dura debido a la sinergia que provocaría el cambio hormonal junto con el silbido de la artillería asolando Bilbao y el constreñimiento provocado por “el cinturón de hierro”. Tampoco debió de ser fácil para tu madre encontrarse viuda, en un país extranjero y en medio de una guerra civil que no era la suya, mientras bregaba con un manojo de vástagos.
Pasaste una austera, pero acomodada posguerra junto a tus hermanos y formaste una familia que te dio muchas alegrías junto a un gentilhombre de Erandio, cuyo semblante hacía honor a su ilustre apellido. Me imagino que la separación de quien había sido tu reflejo, tu compañera hasta ese momento tuvo que ser delicada, y más para ella que nunca llegó a crear una familia tradicional. Cuidaste con esmero a tus ascendientes y celebraste las bodas de tus hijos durante el crepúsculo de la última dictadura. Mientras votabas por primera vez, tu casa se inundó de nietos y poco después de comenzar una merecida jubilación, tu marido falleció mientras paseaba, ajeno a las fatales consecuencias del sobrepeso, pero feliz.
En lugar de lamentar tu temprana viudedad, te dedicaste a tus nietos a los cuales alegrabas con tu eterna vitalidad y cariño.¿Cómo olvidar los cigarros que hacían de chimenea en las casa de cartón que nos construías?, tu pitillera de piel tan oscura como tu pelo, las excursiones al desván con velas, el olor que adquirían las barajas de cartas, el verde esmeralda tras morder una pastilla valda, los colores pastel de las tizas que utilizabas para calcar los patrones en las telas que luego se convertirían en nuestra ropa, el pisapapeles negro y azul con los obsoletos prefijos de cada provincia, la trucha metálica de adorno en la que era inevitable meter los dedos, el mundo hecho mesa de salón o las colchonetas donde dormíamos, cubiertas de un manto de hojarasca, representando las diferentes estaciones del año. La palabra ‘Burda’ o el hilado de la canilla nunca hubiesen tenido sentido de no ser por ti y alguna vez, cuando he visto una máquina de coser antigua, utilizada como mesa en alguna cafetería, no he podido evitar pedalear un rato hacia el pasado.
Tu maestría para combinar una disciplina prusiana con una tolerancia infinita hacia nuestra diversión, siempre supondrá un misterio, al igual que el carácter divergente con tu hermana, que aunque gemela, se encuentra en el polo opuesto. Si ella amaba ‘dejarse llevar por la pereza’, tú detestabas cualquier indicio de pérdida de tiempo. Si ella celebraba el exceso, tú el comedimiento. Si ella acariciaba el dispendio, tú te guiabas por la norma. La eterna batalla entre el norte, y el sur, entre las bulerías y Kant.
Nunca temiste la soledad de la noche, sino todo lo contrario; aplaudías su llegada hasta altas horas de la madrugada, provocada por tu clara adicción al café, que nunca has reconocido y que justificabas con tu célebre frase, ‘el café da vida’, y tanto, vida es lo que te sobra. Tampoco escatimabas en generosidad al abrir tu casa a todo el mundo. Uno ya pudiera haber ido acompañado del delincuente más ruin, que si fuera amigo nuestro, le hubieses acogido como a un nieto más.
No recuerdo haberte he visto llorar, tú a mí sí, pero si he visto algo peor y es la angustia que provocó tu nueva situación. El último cambio que no has podido superar. La última ‘vida’ que no has sabido comprender ni asimilar. No te culpo. De los cambios externos siempre te puedes defender a base de personalidad, de forjar una coraza de acero inoxidable, pero cuando tu mente termina jugando contigo, cuando el oponente lo tienes dentro, la defensa parece imposible y tu cabeza se acaba convirtiendo en tu mayor enemigo, en un enemigo cruel. Un torturador que solo te deja regresar en pocas ocasiones y atisbar muy de lejos quienes fueron tus seres más queridos, hijos, nietos….Lo que antes conformaba tu mundo, muy terrenal a pesar de tus creencias religiosas, se convirtió en una fantasía a modo de sainete, donde convivían generaciones imposibles y los papeles se cambian creando relaciones familiares inverosímiles.
Ahora parece que tu mente ha encontrado cierta paz y tu voz se ha quedado en un eco a modo de mantra, que a veces recuerda a su querida gemela, mientras que tu cuerpo se niega a claudicar con un movimiento perpetuo que solo puede simbolizar tu persistente personalidad, tu incapacidad para la rendición. Tu hermana también hace gala de su personalidad y de forma más lucida asume su devenir, quizá sin aspavientos, pero con la tristeza que puede darte la consciencia en determinadas ocasiones.
Ya apenas reconoces a nadie, pero yo sigo pudiendo distinguir lo que fuiste, lo que sigues siendo, una referencia inamovible, invariante en este mundo que en apariencia cambia sin pausa posible, pero que gracias a ti uno se da cuenta de que en el fondo todo resulta muy parecido a lo que siempre ha sido. Tu mirada perdida me sigue trayendo los mismos recuerdos y tu aspecto frágil actual parece que cierra un círculo, haciéndote más abuela si cabe.